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Con Eduardo y otros tres hermanos, nos tocó nacer en un rinconcito pobre de Montevideo: fuimos “los hijos del Peluquero”, y nos criamos en ese barrio carenciado pero de gente trabajadora. Nuest...
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Con Eduardo y otros tres hermanos, nos tocó nacer en un rinconcito pobre de Montevideo: fuimos “los hijos del Peluquero”, y nos criamos en ese barrio carenciado pero de gente trabajadora. Nuest...
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Con Eduardo y otros tres hermanos, nos tocó nacer en un rinconcito pobre de Montevideo: fuimos “los hijos del Peluquero”, y nos criamos en ese barrio carenciado pero de gente trabajadora. Nuestros amigos del barrio eran hijos de padres de diferentes nacionalidades, que, como nosotros, sus ancestros habían emigrado mayormente desde Europa. Sobre la avenida principal y subiendo desde nuestras casas, estaba la iglesia evangélica que era bien activa en el barrio. Allí conocimos del amor y el poder de Dios, y de forma individual, fuimos experimentando el que “para Dios no hay nada imposible”. Jesús fue nuestro mejor Amigo... Él estaba siempre cerca y en toda ocasión estaba con nosotros. Eduardo fue mi Timoteo (discípulo), mi hermano y mi amigo. Yo era cinco años mayor que él... él me admiraba y seguía mis pasos. Y así como yo era “el hermano de Susana”, Eduardo era entonces “el hermano de Daniel”.
Crecimos juntos en la vida y en la fe. Ingresé al Instituto Bíblico Nazareno y a los pocos años ingresó él. Me ayudó en mi primer pastorado, y ayudándome se fue haciendo líder él también. Yo era inquieto y aventurero, buscaba siempre los caminos que me ayudaran a mejorar, así que cuando averigüe sobre un lugar donde continuar nuestros estudios, lo invite a él, y así los cuatro de nosotros, milagros mediante, viajamos a San Antonio en Texas, con el fin de que Eduardo y yo consiguiéramos la Licenciatura en Teología. Terminado nuestro tiempo en San Antonio, nuestros caminos se separaron, Dios me llevó a mí a Kansas y a Eduardo a una Universidad hermosa en California. A pesar de la distancia, seguimos siendo bien unidos, ellos (Eduardo y Beverly) hasta nos pagaron los pasajes para que Linda, Cristina y yo fuéramos a visitarlos. Siempre fuimos así en eso de compartir sin mirar costos o lo que fuera. Eduardo consiguió su Maestría en Teología y recibió una invitación para ir a Ecuador a pastorear una iglesia que años antes Linda y yo habíamos comenzado como parte de un programa de Misioneros Estudiantiles.
No dejó de ser mi amigo ni mi Timoteo, pero ya comenzaba a superarme. No nos veíamos tanto, pero... cartas, llamadas telefónicas, internet y visitas, mantuvieron siempre nuestra amistad. Yo pase a ser “el hermano de Eduardo” sin ningún problema, no había competencia entre nosotros. Eduardo fue creciendo con los mismos ingredientes que yo... se fue dando cuenta que Dios estaba con él y que podía hacer lo mismo que yo y hasta más. Para cada uno Dios tiene un plan y una “hoja de ruta”. Desde la Oficina Regional de América del Sur, Eduardo me enviaba a dar clases intensivas a diferentes países y ciudades de la región. Lamentablemente, Eduardo tuvo un tiempo bien difícil... cayó, y de la noche a la mañana perdió todo. Perdió todo menos el amor que Dios tenía por él... fueron años difíciles... sin dejar de amarlo, Dios lo esperó, esperó su regreso, y cuando Eduardo regresó, Dios le abrió los brazos, las puertas, y lo restauró. Puertas increíbles, de esas que solo Dios puede abrir... inimaginables como lo fue esa puerta de la televisión en Ecuador. Eduardo volvió a volar, regresó al Señor y a su pasión de predicar.
Este libro pretende ser “su historia”, pero muestra también el carácter y esencia de Dios... Dios no mira lo que mira el hombre... nos vio en aquel rinconcito donde nacimos y estuvo con nosotros durante todo nuestro camino, nos levanta cuando caemos y no deja de amarnos nunca.